
Divas, estrellas fugaces, ocultos placeres entre las piernas. Manos hábiles y labios de lenguas inquietas.
Largas piernas que patean las calles en busca de trabajos que no duran más de una hora (según un contrato oral preestablecido). En la noche morbosa, sus cuerpos se exhiben a los conductores, que huyen en busca de la pasión que sólo ellas saben profesar.
Los clientes de las doncellas de cuero corren a encontrarse con ellas, que esperan medio desnudas, de pie junto a la cuneta, ardiendo en deseo de poder darle todo cuando está necesitando, deseando. Esa lujuria que sus esposas no desean entregarles y con la que las ninfas del extraradio saben jugar tan, tan bien.
Ellas fingen disfrutar al máximo, y podrán ser todo cuanto tú les pidas. Pero cuando el tiempo se agote y enciendan un cigarro, será mejor que pagues y te pierdas de nuevo en tu coche. Es entonces cuando ella podrá disfrutar de verdad, regodeándose en el humo de su tabaco y abanicándose con el dinero que has tenido que abonar.